Por: Monseñor Espejo – Opinión
La pandemia que cayó como la peste planetaria, no solo ha afectado la vida cotidiana de todos, sino que abrió y profundizó la pobreza al desnudar una realidad que hoy obliga a ponerle la lupa y no seguir como observadores mientras millones de colombianos perdieron sus puestos de trabajo, negocios y apenas alcanzan a una comida al día.
El alto precio que hoy pagan los más vulnerables no se compadece con las propuestas de los vendedores de humo, con sus vestimentas de marca y su politiquería rampante mejorada a punta de discursos demagógicos para asumir la defensa de los más desvalidos. eso es lo que se ve desde a mayoría de campañas donde impera el libreto del populismo rabioso, en momento que la ciudadanía pide apoyo para recobras sus pequeñas y medianas empresas y exige reforzar la seguridad ante la violencia, los robos y atracos al comercio y los hogares.
La crisis que está viviendo hoy el país no es solo la de los millones de colombianos viven la desesperación, también lo es la ineptitud de sus dirigentes, que lejos de poner los pies en el suelo, siguen con sus propuestas cortoplacistas que no dejan de ser paños de agua tibia para enfrentar un cáncer ya sobre diagnosticado.
Basta ver los foros, debates y las noticias a diario para quedar perplejo ante las salidas insulsas de los que hoy se encuentran en el partidor de los precandidatos presidenciales, donde siguen con sus peroratas de la paz y los discursos trasnochados y politizados, cuando lo que la opinión y el grueso de la sociedad más que nunca exige acción para retomar el curso y enfrentar los retos sociales ocasionados por la pandemia, que tienen el país sumido en la peor crisis de pobreza, violencia e inseguridad.
Sin lugar a dudas el 2022 se vislumbra como un año de grandes tensiones en lo político y económico para Colombia, que tendrá que vivir el cambio de gobierno eligiendo un nuevo presidente en medio de una circunstancia inédita donde la población sigue apática a los posibles candidatos de los partidos y un Congreso que sigue en deuda y con una credibilidad del 8% el más bajo de su historia.
Así las cosas, a los partidos y movimientos por firmas, no solo les va a tocar pulir sus propuestas para hacerlas creíbles y dejar de vociferar por las redes sociales en lugar de presentar verdaderas soluciones que permitan emprender las políticas públicas de fondo para enfrentar las trampas de la pobreza, el desempleo y la desigualdad.
Los vendedores de humo solo son fabricantes de ilusiones populistas que disparan a mansalva propuestas y promesas irrealizables para descrestar a los desprevenidos que se dejan llevar por sus cantos de sirenas.