Un nuevo estudio publicado en la revista Environmental Research Letters, evaluó los cambios espaciales y temporales en la huella humana dentro de las distribuciones de 1.469 especies de aves terrestres residentes en Colombia, desde 1970 hasta 2018, y su proyección hacia el 2030. La huella humana mide la presión antrópica sobre los ecosistemas, y para Colombia este indicador ha sido desarrollado a través de un trabajo colaborativo de investigadores del Instituto de Investigación de Recursos Biológicos Alexander von Humboldt, la Pontificia Universidad Javeriana y la Universidad del Rosario.
Al integrar el indicador de huella humana con mapas de distribución de aves refinados por variables ambientales (generados a partir de los mapas de la Guía Ilustrada de la Avifauna Colombiana de Fernando Ayerbe), este análisis permitió estimar el nivel de presión humana a través del tiempo, sobre los ecosistemas que sirven de hábitat a las aves y por lo tanto generar información clave para la toma de decisiones en conservación.
Los principales hallazgos
Con aproximadamente 2.000 especies, Colombia es el país con mayor diversidad de aves a nivel mundial. De estas, 140 están catalogadas como amenazadas a nivel nacional, y esto se debe principalmente a la pérdida y el deterioro de sus hábitats. Sin embargo, no existe suficiente información para monitorear directamente los cambios poblacionales de la mayoría de las especies y por esto se buscan metodologías que permitan evaluar la magnitud de las presiones sobre las aves de forma indirecta.
Los hallazgos del estudio “Incremento de la exposición de las aves colombianas a la huella humana en rápida expansión” determinaron que entre 1970 y el 2018 la huella humana aumentó de forma generalizada en los hábitats de las aves terrestres, y se vieron especialmente afectadas las especies endémicas, casi-endémicas o con alguna categoría de amenaza, una tendencia que continuará en el futuro.
Adicionalmente, aunque varias zonas donde residen un gran número de aves especialistas de bosque permanecieron poco intervenidas hasta el 2018, se observa que sufrirán mayores niveles de transformación hacia el 2030, por lo cual estas especies no tienen su supervivencia asegurada. “Se encontraron 69 especies para las que la huella humana había aumentado en más de la mitad de su distribución durante el periodo estudiado. De ellas, 19 no figuran en ninguna categoría de amenaza para la conservación a nivel nacional”, explica Helena Olaya, investigadora del Instituto Humboldt y partícipe del estudio. Lina Sánchez, coautora del estudio, destaca que “usar la huella humana en lugar de otras medidas de transformación del hábitat como la deforestación, permitió contemplar el deterioro en ecosistemas diferentes a los bosques.
Por ejemplo, aunque los niveles más altos de presión humana para aves de bosque se presentan en el valle del Magdalena, el Pacífico norte y la transición Andes-Amazonas; muchas de las especies que han sufrido gran deterioro están asociadas también con hábitats más secos y abiertos en el noreste del país”. Este es el caso de especies como la piranga hormiguera (Habia gutturalis) y el turpial venezolano (Icterus icterus).
A partir de los resultados del trabajo, se plantea que para proteger los hábitats de las especies de aves en Colombia es necesario implementar estrategias diferenciales. En sitios con alta riqueza y huella baja sería ideal la preservación estricta, mientras que las estrategias mixtas son apropiadas en áreas donde tanto la riqueza de aves como la huella humana son altas.
Por ejemplo, en zonas de bosque seco como los valles del Magdalena y el Cauca, se pueden considerar ejercicios de restauración, prácticas agrícolas amigables con la avifauna y turismo de observación de aves. “Se requieren no sólo esfuerzos de conservación y restauración, sino acciones articuladas con las comunidades humanas para que estos esfuerzos tengan un impacto en la calidad de vida, el desarrollo sostenible y la vida silvestre, teniendo en cuenta la particularidad de cada uno de los territorios”, agrega Bibiana Gómez, coautora del trabajo.
El estudio fue desarrollado por un equipo de investigadores liderados por Natalia Ocampo Peñuela, profesora de la Universidad de California en Santa Cruz, Estados Unidos; y Andrés Felipe Suárez Castro, investigador de la Universidad Griffith, Australia. Además, contó con la participación de Bibiana Gómez Valencia, María Helena Olaya Rodríguez y Lina María Sánchez Clavijo, del Instituto Humboldt; Julián Díaz, de la Facultad de Ciencias Naturales de la Universidad del Rosario; y Camilo Correa Ayram, de la Facultad de Estudios Ambientales y Rurales de la Pontificia Universidad Javeriana.