Por: Alberto Santander B
Los últimos acontecimientos frente al manejo de la soberanía y las relaciones internacionales y diplomáticas, sin duda marcan un hito en la historia de Colombia. El fallo de la CIJ del 21 de abril de 2022 donde pese a haberle dado un viraje y rectificado la decisión tomada el 19 de noviembre de 2013 que despojó de 75.000 kilómetros de mar a Colombia, al dejar enclavado el Archipiélago de San Andrés, Providencia, Santa Catalina y los cayos, en medio de un mar otorgado a Nicaragua sigue creando expectativas por parte de estudiosos y expertos en derecho internacional y derechos del mar.
Este llamado de atención frente a ese litigio y los venideros, muestra la necesidad de hacer cambios de fondo en la política internacional Colombia para enfrentar los retos que ocasionan estos enfrentamientos por límites entre naciones.
Colombia históricamente ha sido un país respetuoso del derecho internacional, sin embargo este respeto le ha costado través de los años la perdida de importantes zonas territoriales que han terminado de los países con que limita.
En ese sentido, los hechos recientes nos llevan a pensar que el país se encuentra en mora de replantear su política externa , por lo menos en lo que tiene que ver con los litigios que lleva a la Corte Internacional de Justicia de la Haya.
Por eso sin ser pesimista ante las decisiones que se deben tomar, Colombia, no puede seguir siendo la novia fea de las relaciones internacionales a las que todo el mundo le carga la mano, y llegó la hora de asumir el desafío ante los organismos internacionales, como la ONU, la CIJ, entre otras, que en las últimas décadas vienen interviniendo en las decisiones políticas que son aprovechadas por los países litigantes.
La política exterior de Colombia, sin animo de ofender, se ha caracterizado por su sumisión a las determinaciones que imponen las potencias que forman parte de las directivas de las organizaciones multilaterales, siempre con una posición de obediencia, es decir nuestra diplomacia desde sus comienzos, simplemente se ha plegado sin chistar a los protocolos de unas relaciones internacionales de complacencia con los países que marcan la pauta de las políticas de dominación.
Para alcanzar esos cambios, imprimirle el acelerador y una nueva dinámica, se debe pasar de una política clientelista, manejada para pagar favores y marcada por el amiguísimo, a una verdadera política de Estado donde prive el bien de la patria por encima del apetito burocrático y dejar a tras la política dependiente y sumisa.